LAS TEORÍAS DEL CONTROL (Y LOS QUE TIENEN MUCHO QUE PERDER).



Las denominadas “teorías del control”, toman un curso analítico opuesto al que se plantearon las restantes teorías de la criminología. En efecto, la indagación inicial, en todas las escuelas, y a lo largo de la historia misma de la criminología, ha sido “¿por qué los seres humanos delinquen?”. Pues bien, las teorías del control invierten la indagación y se preguntan “por qué la mayoría de la gente no delinque?”
En definitiva, si todo individuo cuenta con la posibilidad de infringir la ley, por qué la mayoría de ellos las obedecen?

En la criminología clásica, la respuesta estaría dada por el miedo a la reacción social, al castigo. La teoría del control, sin embargo, cree que el miedo a la respuesta punitiva es uno de los motivos que pueden explicar esta conducta de apego a las normas, pero por cierto no el único ni el más consistente en términos sociológicos.
Los teóricos de control, en general, argumentan que no existe ninguna explicación respecto a por qué la gente delinque, puesto que todos los seres humanos sufren de la debilidad humana innata que los hace incapaces de resistir la tentación o de abstraerse de cometer una infracción a lo largo de su vida. Si no lo hacen, es porque existen mecanismos de control, que restringen esas conductas socialmente reprochables. Y que esos factores destinados a "controlar", son justamente los elementos que faltan o están fuertemente debilitados en el caso de las personalidades de los delincuentes.
En síntesis, que el individuo no delinque porque tiene mucho que perder, y el delito le depara muchas más desventuras que ventajas.
Entre las teorías del control, habremos de recorrer brevemente la formulación de Travis Hirschi, denominada “Teoría del arraigo social”, que se explicita en el libro de su autoría “Causas de la Delincuencia” (1969).
Hirschi señala en su trabajo que la criminalidad resulta de una suerte de debilitamiento de los lazos o vínculos que unen a la persona con el resto de la sociedad. Si esos lazos tuvieran la fortaleza necesaria, la idea de delinquir le causaría al individuo un miedo disuasivo respecto del daño que la asunción de una conducta desviada podría ocasionarle en sus interrelaciones sociales.
Cuando esos lazos se deterioran o difuminan, por el contrario, es esperable y explicable que la persona delinca.
Según Hirschi, hay cuatro ítems que sostienen su teoría del arraigo social.
1) El apego hacia las personas. Sin el, la persona pierde la aptitud para relacionarse con terceros y desarrollar una conciencia social (por ejemplo, el caso de los psicópatas), y por ende el respeto hacia los otros y hacia la autoridad. La ley es él.
2) Identificación con valores convencionales. Cuando la persona comparte y se compromete con estos valores socialmente aceptados (honestidad, laboriosidad, familia, prestigio, etcétera), es bastante poco probable que incurra en una conducta que puede poner en peligro esas conquistas.
3) Participación en actividades sociales. Mientras más intensa sea la participación de la persona en actividades sociales convencionales (trabajo, escuela, familia, clubes, grupos de pares), más alejado estará de la tentación de perpetrar conductas delictivas, que sí se verían auspiciadas por el ocio y la desocupación.
4) Sistema de creencias. Las conductas infractoras serían mucho más esperables en el caso de aquellas personas que no participaran de los códigos, sistemas de creencias y escalas de valores predominantes. Como enseña García Pabls “el desarraigo, la insolidaridad y el vacío moral impiden desarrollar valores como el respeto a los derechos de los demás y la admiración hacia el código legal, frenos importantes de la conducta desviada”[1].












[1] García- Pablos de Molina, Antonio: Tratado de Criminología, Ed. Tirant lo blanch, Valencia, 1999, p. 763