Durante la guerra de los Balcanes, Naser ORIĆ fue comandante en jefe de las fuerzas musulmanas de Bosnia
en los municipios del este de Bosnia y Herzegovina, incluida Srebrenica, desde
1992 hasta la caída sangrienta de este enclave en 1995. Entre el 24 de septiembre de 1992
y el 20 de marzo 1993, los miembros de la policía militar bajo su mando
detuvieron a varios serbios en Srebrenica. Los detenidos habrían sido sometidos a
abuso físico, tratos inhumanos y degradantes y lesiones graves que, en algunos casos ocasionaron la muerte de sus víctimas. Orić sabría o habría tenido razones para conocer
estos actos de maltrato, pero no tomó las medidas necesarias y razonables para
prevenir o castigar a los autores.
La acusación inicial contra Naser Orić fue
confirmada en La Haya el 28 de marzo de 2003 y posteriormente modificada. Finalmente, fue acusado por
violaciones a las leyes o usos de la guerra, incluyendo la destrucción
arbitraria de ciudades o pueblos, no justificada por necesidades militares,
asesinato y tratos crueles. El 30 de mayo de 2006, la Sala de Primera Instancia del TPIY lo encontró culpable de incumplimiento de su deber como superior para evitar el
asesinato y el trato cruel de los prisioneros serbios en Srebrenica, un lugar emblemático en términos de crímenes masivos por los que resultaron enjuiciados y condenados militares serbios. Orić fue
condenado originariamente a dos años de prisión. Tanto la defensa como la fiscalía presentaron sendos recursos de apelación.
El
3 de julio de 2008, la Sala de Apelaciones del TPIY lo absolvió de todos los crímenes
cometidos contra los detenidos serbios invocando la pretendida falta de
pruebas.
La absolución de Orić –caracterizado un “señor de la guerra”- conmocionó al mundo y puso
de manifiesto, una vez más, la falta de imparcialidad que muchos han señalado
respecto del Tribunal. Es que, vale reiterarlo, se lo acusaba de hechos
gravísimos y sistemáticos, que van desde matanzas organizadas en las aldeas
serbias que circundan Srebrenica durante casi tres años consecutivos, previos a
la caída del enclave (esto ha sido sostenido incluso por el propio general Morillon, comandante de la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas en Bosnia),
hasta el aniquilamiento colectivo, el sometimiento a esclavitud y prostitución
de cautivas serbias, la muerte de civiles de la misma nacionalidad y tormentos
sanguinarios inferidos a sus víctimas. Hay
un hecho puntual que ha pasado casi inadvertido, pero que tiene una importancia
política e histórica trascendental para mensurar el impacto global de semejante
decisión. Conocida la decisión liberatoria, no solamente fue Serbia la que expresó
su desagrado. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, a través de su
vocero Andrei Nesterenko, abogó por el inmediato desmantelamiento del Tribunal,
precisamente por su falta de ecuanimidad.