Como ocurrió siempre, y se hizo más visible desde el 11 de
septiembre de 2001, los atentados terroristas terminaron contribuyendo a una
profundización de la fascistización de las relaciones internacionales. A la
consolidación de un estado de excepción en todo el mundo. A una construcción
desvalorada, arbitraria, estereotipada, prejuiciosa y criminal de la
otredad. Los brutales crímenes
producidos en Niza, justo en el día en que Francia conmemoraba un nuevo
14 de julio, harán volar definitivamente por los aires los ideales de libertad, igualdad y
fraternidad.
Los propios criminales se
encargaron de dar un mensaje simbólico categórico: ellos habitan el interior de
una sociedad contra la que lanzan sus ataques utilizando medios que ni siquiera son considerados, técnicamente, armamentos. Son capaces de utilizar, contra una
masa indeterminada de personas, instrumentos diseñados para el tráfico de
mercancías propio de todo sistema capitalista. Medios civiles contra una población civil indefensa. Por ende, esa amenaza será
respondida, precisamente, con una restricción segura de las libertades civiles. Con una
aceleración de la construcción de un enemigo que será tratado como tal. Por si
esa pulsión de muerte fuera necesaria, el defensismo social tendrá una onda expansiva que, con seguridad, embrutecerá aún más las retóricas xenófobas, fortalecerá a las derechas autoritarias e impactará sobre sectores vulnerables como inmigrantes y refugiados. Está claro que esos enemigos ya no
serán iguales a la matriz de la sociedad que los identifica como formando parte
de un grupo racial, nacional, religioso o político diferente. Tampoco habrá,
entonces, igualdad de trato para con ellos.
Las relaciones futuras serán cada
vez más hostiles, se privilegiarán las prácticas preventivas y punitivas más
estigmatizantes y violentas. Siempre ha ocurrido de esa forma. Los estados, en
este caso Francia, no resistirán la tentación o las presiones -para el caso, da
lo mismo- para privilegiar la seguridad a expensas, también, de la fraternidad.
El primer ministro
francés, Manuel Valls, ha avisado de que en la guerra
contra el terrorismo que libra Francia "habrá sin duda más víctimas
inocentes", aunque se mostró convencido de que finalmente los radicales
serán derrotados. El binarismo del lenguaje bélico queda, en estos casos, absolutamente
invisibilizado detrás del terror y la congoja por las decenas de muertos. entre
los que había niños, mujeres y adultos, franceses y extranjeros. También, se pierden de vista los esfuerzos dialécticos del mismo Valls para identificar inmediatamente, con o sin razón, al enemigo. Respecto del que, se asegura sin demasiadas precisiones que "de un modo u otro" estaba vinculado a círculos islamitas radicales. Presumiendo, sin temor a equívocos, que esa certidumbre acotará el objetivo de la suma de todos los miedos ciudadanos. A quienes de aquí en más, será difícil concebir como hermanos.