Sugiero comenzar este
análisis poniendo las cosas en un contexto meramente descriptivo, que
deje de lado, sólo por un momento, el archipélago de conjeturas y tensiones
ideológicas y políticas que atraviesan la realidad turca.
Se acaba de intentar,
con suerte todavía incierta (aunque las grandes cadenas internacionales
comienzan a admitir el fracaso de la asonada) el quinto golpe de estado en un
siglo en un país de alrededor de noventa millones de habitantes, que posee el
segundo ejército en orden de importancia de la OTAN (la alianza militar más
importante de la historia de la humanidad) y una importancia geopolítica casi
incomparable. El país limita con Georgia, Armenia, Irán, Irak,
Azerbaiyan, Bulgaria, Grecia, los mares Negro y Egeo, y Siria, nada menos. Divide Europa de Asia y posee una
historia imperial, jalonada por
acusaciones públicamente conocidas de genocidios reiterados. Evoquemos en ese
sentido el holocausto armenio y
los crímenes perpetrados contra el pueblo kurdo, que constituye casi el 30 por
ciento de la población turca.
Hasta aquí, los datos
duros de la realidad objetiva. Para entender las coordenadas del golpe militar
intentado ayer es bueno releer un excelente artículo de Nazanin Armanian, que
días previos al mismo escribía lo siguiente: "El interés de un sector del
Pentágono para empujar a Turquía hacia el infierno y seguir
avanzando en el proyecto del Nuevo Oriente Próximo. La desastrosa política del
presidente turco contra la izquierda kurda, los periodistas y los juristas, los
simpatizantes de la poderosa organización de Gulán y el ala pro estadounidense
del Partido de Justicia y Desarrollo representada por el destituido primer
ministro Ahmed Dawood Oglu, sus pretensión para arrastrar a la OTAN a un enfrentamiento
con Rusia, y sus imprevisibles movimientos han convertido al líder turco en un
personaje peligroso. Washington le busca sustituto"....."Sin embargo,
las consecuencias de los errores del presidente turco son irreversibles, y no
sólo para millones de sirios cuyas vidas se han perdido para siempre. La
estabilidad del peso pesado de Eurasia está gravemente amenazada y el país puede sucumbir en una mor
violencia dentro y, también, en sus fronteras".
(*).
Erdogan sabía que al interior del país
las contradicciones se agudizaron en los últimos tiempos, sobre todo a partir
de la profundización de las protestas sociales.
Al fracaso reciente de su
intentona presidencialista se suma el permanente clamor internacional respecto
de la cuestión kurda y la subsistencia de las violaciones históricas a los
Derechos Humanos (incluyendo la persecución y el encarcelamiento de
periodistas) que impiden desde hace décadas su anhelado ingreso a la Unión
Europea. A eso debe añadirse la relación sinuosa que asumió años atrás con
Rusia y China y el rol desembozado que desarrolla respecto de la crisis Siria.
Sobre todo, las fundadas sospechas de su sistemática ayuda a los terroristas de
DAESH, que se mantuvieron incluso después del inicio de los bombardeos
occidentales y la intervención militar rusa en el conflicto.
La ebullición al interior de las fuerzas
armadas no es un dato menor. Se trata de una agencia de control social interno
y disuasión externa de proporciones gigantescas, que ha tenido a lo largo de su
historia un protagonismo excluyente. Cuando a Irán y a Turquía las minorías
kurdas las denominan “microimperialismo”, en buena medida están expresando la
capacidad militar de disciplinamiento regional del régimen de Erdogan, que
hasta hace poco tiempo había ofrecido a Europa una salida estratégicaente “amigable”
en la dantesca cuestión de los refugiados.
Esas mismas fuerzas armadas, cualquiera
sea el resultado del alzamiento, marcan el debilitamiento del erdoganismo y una
clara amenaza a un liderazgo despótico que comienza a ser disfuncional para los
principales actores del tablero regional. Erdogan, con su brazo armado en
estado de asamblea ya no será el mismo. Y ese declive, seguramente,
difícilmente ceda frente a las previsibles purgas.