Por
GERMÁN PALKOWSKI (*)
(Nota del
autor: las líneas que siguen surgen de reflexiones y cabos sueltos,
arrojados al papel “en caliente”. Posteriormente sazonados con algún atisbo de
estructuración y mínimo ordenamiento. Lejos de pretenderse exhaustivas o
concluyentes, buscan compilar una serie de puntas para dar origen a posteriores
enmiendas, objeciones y/o debates con respecto a la situación de guerra total
en la cual se sume el mundo por estos días).
“Megáfonos
recomiendan use máscara de gas
Hay oxígeno
vencido en esta farsa de la paz”[1]
“No piensen
que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la
espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su
madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los
de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno
de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El
que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la
perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.”[2]
La
denominada concepción antropológica negativa postulada por
Hobbes en su Leviatán(1651) halla sustento en las más básicas
pulsiones animales que integran la complejidad del género humano: repulsión al
dolor; goce en la calma y el sosiego.
Antes y
después del aporte hobbesiano, la pregunta sobre si el hombre es “bueno o malo
por naturaleza” puede rastrearse en la Antigüedad e incluso en los textos
sagrados de las religiones monoteístas. Sin ir más lejos, el Antiguo Testamento
de la Biblia cristiana pinta un hombre irremisiblemente corrompido, portador
del pecado original y por ende condenado de antemano de no someterse a la
prosternación y la redención en su actuar cotidiano; constreñido a ofrendar en
sacrificio a sus hijos para limpiar su mácula. Es un relato plagado de
crueldad, guerra e incertidumbre y en él se plasman las más vanas miserias de
las que es portador el hombre.
A su vez,
siendo que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, es una deidad hostil y
demandante. Castiga y somete en haras del perdón y la redención. La redención
implicanegar la carne. Ciertamente, en el Nuevo Testamento, el advenimiento de
su hijo, Jesucristo, opera como mediación para dar paso a una nueva era, donde
la actitud de la deidad es de misericordia y perdón. Negando la carne,
precisamente, Cristo otorga al pueblo elegido la salvaguarda
hacia la redención.
Forzando una
analogía, se puede establecer que la crucifixión es parangonable a aquello que
las teorías contractualistas se conoce como el momento del contrato; el pacto.
Tras haber roto el hombre varios pactos previos (el que sella con Noé luego del
Diluvio; el de Moisés, mediante las tablas de la ley) es el propio Yahvéh quien
ofrece a su hijo en sacrificio a fin de limpiar a su creación de cuanto la ha
corrompido, aspecto que lo constreñía a ejercer el castigo como rasgo
distintivo de su accionar.
La
emergencia de esta deidad, ahora misericordiosa, puede parangonarse con el
establecimiento del Leviatán en Hobbes, el gobierno civil en
Locke e incluso la brumosa “voluntad popular” mancomunada que esboza Rousseau.
Tras siglos de barbarie, guerra y vilezas de toda índole, el sacrificio
fundacional establece las condiciones para la consagración de la vida en
comunidad.
En el
planteo hobbesiano propiamente dicho, la renuncia a la utilización de la fuerza
contra el prójimo, la represión de la pulsión de muerte es la
cláusula que da origen al pacto y a la erección del Leviatán: monstruo
omnipotente que garantiza la vida en comunidad yadministra la decisión de la
vida y la muerte. Secularización mediante, no es más que un correlato del pacto
convenido entre Yahvéh y aquellos que hayan aceptado el sacrificio de Cristo.
Quienes se mantengan por fuera del pacto, continuarán siendo enemigos y serán
juzgados en la hora del Juicio Final. Quienes elijan permanecer
por fuera del pacto que da origen al Leviatán – continuando así “en estado de
naturaleza”- serán acreedores del castigo mediante la descarga de la fuerza que
éste concentra, que no es más que la condensación de la fuerza de todos los
individuos que a su utilización renuncian y ceden en monopolio al monstruo mítico.
Vale decir que en ambos artificios ideológicos –el bíblico y el
contractualista-, el hombre es pasible de ser bueno siempre y cuando acepte la
sumisión. A modo de provocación, se arriesga una fórmula que se quiere
sintética:Dios=Leviatán=Estado.
El Dios, el Leviatán, el Estado
En oposición
a la concepción a la mencionada concepción antropológica negativa,
podemos referir escuetamente los aportes de Rousseau en sentido opuesto; algo
de la concepción marxista también halla eco en cierta consideración benevolente-optimista con
respecto a la naturaleza humana.
En tanto el
hombre nace débil y desvalido, situado en un mundo natural que le es
profundamente hostil, es forzosamente un animal social; debe asociarse para la
mutua protección y subsistencia, las cuales se ha de garantizar, asimismo,
mediante la transformación constante del medio en que habita. El medio, a su
vez, no cesa decondicionar su devenir inmediato y es sobre esta palestra
dialéctica que se recorta el drama histórico: la lucha de clases es, entonces,
un correlato necesario e ineludible que aparece cuando surge la compulsa por
apropiarse del excedente de la producción. No es sino en comunidad que el
hombre ha de resolver su subsistencia; a medida que esa comunidad se
complejiza, crece y se desarrolla –mediando aquí la división entre trabajo
intelectual y manual- es que surge el conflicto interno por aquél excedente…lo
cual nos deja, paradójicamente, a las puertas de la concepción hobbesiana.
Independientemente
de las valoraciones y preferencias que puedan establecerse en torno a una u
otra concepción antropológica (vulgarmente reducidas a “negativa” y
“positiva”), lo cierto es que su pertinencia es aleatoria y contingente según
los caminos concretos que toma el devenir histórico en un determinado período.
El homo homini lupus convive en la naturaleza humana con las
potencialidades creadoras y la consagración a las más bellas expresiones –el
arte-, amén de la cooperación espontánea para reproducir y garantizar la
continuidad de la especie. Ambos polos de la contradicción dejan huellas en la
historia y se co-determinan. El uno no existe sin el otro. En otra época se
ponderaba esto bajo el nombre de ley de unidad de los contrarios.[3]
Leviatán 2.0
Lejos de ser
materia de polvo bibliotecario, el debate resurge cíclicamente en tiempos de
crisis. De la misma manera que Hobbes escribió en el contexto de la post-guerra
civil enGran Bretaña (1642-1651), se considera aquí que es la realidad
cotidiana la que suscita la re-emergencia del interrogante. La omnipresencia
del miedo como pulsión básica y totalizante subsume otras consideraciones.
Desprovistos de mediaciones y a la intemperie de nuestra propia crueldad, el
par dialéctico se reactualiza y reformula: miedo-fuerza. Se retroalimentan a la
vez que se repelen. Actualizada la pugna y como saldo de la misma uno habrá de
prevalecer y reconfigurar así un nuevo statu-quo. Por lo demás, endeble.
Dinámico, si se lo analiza en el largo plazo.
Se considera
aquí que atravesamos un clivaje en el cual las contradicciones se
sobredeterminan y subsumen, dando origen a una crisis profunda, que algunos
autores no dudan en apostrofar como “crisis civilizatoria”. Existe cierto
consenso en situar el punto de partida de la misma en la década de la misma: en
algún lugar difuso entre dos hitos: el atentado a las Torres Gemelas de New
York, en 2001 – y la consecuente “guerra contra el terrorismo”, con la
etapización que quiera establecerse- y la eclosión de las hipotecassubprime en
el mismo país, en 2007, que arrastraron tras de sí a todo el sistema financiero
global, operando un zarpazo inédito en la historia de la acumulación capitalista
en favor de sus exponentes más despiadados.
Atentado al World Trade Center.
Radicalización de las contradicciones del capital
Median en
esto, asimismo, las escaramuzas de conquista y saqueo de recursos naturales,
que determinan la inestabilidad constante en el precio de las denominadas commodities.
Suscintamente definido, el vocablo comoddities denota a todos
aquellos bienes que, conescaso o nulo valor agregado en su precio final,
comportan nada menos que alimentos y fuentes de energía. Huelga subrayar,
entonces, que este nudo de contradicciones pone sobre el tapete no sólo los
aspectos salientes de una determinada fase en el modo de producción
predominante. Antes bien, pone en entredicho al modo de producción en sí mismo.
Eso no es novedoso, si no fuera por el hecho de que pareciera estar en
entredicho no sólo el modo de producción sino, en última instancia, la
supervivencia de la especie.
Y es en este
escenario que el homo homini lupus parece ir ganando terreno.
No basta más que una somera aproximación a cualquier región del mundo para
observar, en la escala que se quiera advertir, que se reactualiza la ecuación
miedo-fuerza en un páramo donde reinan la disociación y la incertidumbre. Esto
es transversal y es una marca de época: la ofensiva arrasadora del capital
suscitada en los últimos 40 años ha hecho trizas cuanta mediación institucional
existía a fin de contener los “efectos no deseados” de su expansión.
Pudiera tal
vez parangonarse con una re-edición a vastísima escala de lo que la teoría
marxista denomina proceso de acumulación originaria. A la cita
canónica habría que agregarle el carácter netamente global que adquiere en la
actual coyuntura. Si bien Marx advirtió este aspecto del fenómeno y lo trató
con la claridad que lo caracterizaba (y subsidiariamente lo hizo Lenin en sus
estudios sobre el Imperialismo como modo saliente de la acumulación capitalista
a principios del siglo XX), sospechamos que es en la actual crisis en la cual
disponemos de los elementos para su comprensión y estudio pormenorizado. Nunca
antes en la historia se había dispuesto de semejantes flujos de información con
tan sencilla disponibilidad. Y sin embargo, los alcances del fenómeno
continúan aún, si no en debate, en la más ominosa de las penumbras.
Este proceso
de radicalización capitalista ha depositado en tiempo récord una masa ingente
de recursos en poquísimas manos; no tiene parangón en la historia del capital
tal como la conocemos. Sus “daños colaterales” van desde la precariedad
laboral, habitacional y de sociabilidad básicas como regla en el mundo
periférico hasta la profundización de las más bestiales e inhumanas formas de
sometimiento, celebradas a diario por una espectacularización de la barbarie
que, nótese, los fundamentalistas islámicos han sabido asimilar para sí. La
violencia ejercida de manera taimada, subsumida en la vida cotidiana y signada
por la angustia y la desesperación se reifica y se exterioriza en un video HD
donde se muestran decapitaciones y vejaciones de distinta índole. Como en el
cine, pero de verdad. La violencia fascina. Incita. Vimos la guerra por
televisión antes de ayer; por internet, ayer; hoy, está en las calles, en
cualquier lado. Concreta, material.
El miedo
como combustible.
Nadie está a
salvo y su ponzoña se cuece en el ámbito de lo pre-consciente: el terror es
físico, animal. No media en su ámbito la reflexión y el análisis. Es una
pulsión.[4]
¿Cuánto de
ese terror que siente ahora en sus entrañas el ciudadano europeo medio
alcaminar por las calles de su ciudad, desconfiando hasta de su sombra y atento
a la posibilidad de la violencia emergiendo desde un no-lugar, como una
latencia que flota en el aire y puede materializarse de un momento a otro,
acompaña desde su nacimiento a cualquier ciudadano palestino, afgano o iraquí?
Lejos de
acotar el señalamiento a la reciente ola de atentados terroristas y ataques
espontáneos registrados en grandes ciudades occidentales – que son,
lógicamente, el disparador de esta desprolija reflexión- se busca disparar aquí
la interrogación en torno a cuánto de ese terror que llegó para quedarse ha
sedimentado en las subjetividades de sus víctimas estructurales. Muy
superficialmente señalado: los pueblos y naciones sometidos a la guerra sin
respiro desde hace décadas, con un notable incremento en la carnicería en años
recientes sobre todo en Oriente Medio, a escala macro. A escala micro, los
sometidos internos, los desclasados y los trabajadores pobres, los inmigrantes
y las minorías étnicas.
No hace
falta más que aproximarse a la coyuntura política francesa para advertir cómo
estas contradicciones se solapan: la prolongada lucha de las formaciones
sindicales francesas contra una serie de medidas que buscan avanzar en el
desguace de cuanta política “de bienestar” le quedaba al Estado francés,
suscitada entre los meses de abril y junio, se vio rápidamente subsumida ante
la irrupción de los ataques terroristas. Unidad nacional…contra el
otro. La recurrente exteriorización del mal como
agente extraño a un cuerpo sano. Y, en el camino, más vigilancia. Más
represión. Viejo recurso que se muestra, por ahora, funcional.Útil.
Como en cada
oportunidad en la cual sus basamentos civilizatorios se han visto amenazados en
su última ratio, la vieja Europa responde al terror con más terror. Y es así
que resurgen las más bajas y despreciables cosmovisiones xenófobas, belicistas
y reaccionarias. Esta recurrencia no es si no índice de que la alfombra no
podía contener más mugre debajo de sí. Entonces desborda y salta a la
superficie, como salta a la vista de cualquier observador del paisaje urbano
del Occidente que los ghettos jamás desaparecieron. Fueron,
acaso, embellecidos. Palomares de concreto donde se abigarraron durante décadas
aquellos cuya fuerza de trabajo no vale si no lo suficiente para garantizar,
precisamente, la producción y reproducción del despojo capitalista.
Musulmanes parisinos, inmigrantes o hijos de
inmigrantes, en una de las capitales de la “razón”occidental.
Por algún
lado ha de encontrar un canal de desfogue tanta frustración acumulada. El
universitario progresista siente su vida vacía y la rellena con todo el consumo
hedonístico que sus ingresos le permitan sustentar. Su neurosis, sin embargo,
no halla si no paliativos. A lo sumo, alguna superficial y pragmática
espiritualidad a la carté; frívolos recortes de filosofías
orientales antiguas – por lo demás, profundamente reaccionarias en su adaptación
libre occidental.[5]
Igualmente
joven, el inmigrante, “tolerado” hasta el hartazgo, muy difícilmente pueda saciar
su angustia existencial mediante el consumo. E incluso muy difícilmente se
reconozca en la figura de “angustia existencial”; tan parisina.
Es ahí que
hunden la cuña el odio y la violencia como vectores: Marine Le Pen es al joven
universitario francés lo que ISIS es al joven magrebí que vive en el ghetto embellecido.
Estas pseudo-ideologías otorgan, en última instancia, un lugar de
auto-afirmación del cual adolece por completo el capitalismo en su estadío
actual.
Anomia o
fundamentalismo parecen ser las únicas vías de escape inmediatas para una
juventud que ha sido pauperizada y sometida al vacío a nivel mundial. Y es
precisamente de ese vacío de donde busca escapar, desde sus albores, la
humanidad. Habiendo un vacío es necesario ocuparlo y sobre esa ocupación del
vacío es que han tenido lugar el surgimiento de los “grandes relatos”
religiosos, filosóficos y político-ideológicos.[6]
El homo
homini lupus se erige entonces como regla y no como excepción. En
contrapartida, los organismos políticos y de seguridad invocan al Leviatán para
conjurar la amenaza. Se superponen, se subsumen, el terror físico constante y
la vigilancia y la represión internas.
Como se
mencionara anteriormente, esta tensión es constante y, por definición,
contingente. La antinomia permanece irresuelta toda vez que la máquina de
guerra del capital contra el trabajo orienta sus cañones, en primer
término, a la defensa de unas relaciones de producción que aparecen
terriblemente desfasadas con respecto al desarrollo de las fuerzas productivas.
¿Futuro?
We’re witnessing a famine of the innocent
Did they die for religion or the government?
Because if your god won’t do, their god will starve you.
Look at the world, look at the hell, look at the hate that we’ve made
Look at the final product, a world in slow decay
I’m told that all your seeds are black
I’ve learned the question is unanswered and opaque.[7]
Como intenta
evocar el título, el género distópico pierde sentido en tanto tal, toda vez que
encuentra carnadura en la cotidianeidad. Y así tenemos que la disuasión se
opera por medio de dispositivos hedonísticos afincados en la noción de poder-placer
que podemos identificar en “Un Mundo Feliz” de A. Huxley (1932) al
tiempo que la represión adquiere connotacionesorwellianas[8].
Tal vez
debamos, todavía, atravesar el páramo para dar con una orientación
ético-política a la altura de las circunstancias. Reducidos a la más básica
animalidad, probablemente demos con la clave de aquello que nos distingue del
resto de los animales.
Se echa en
falta, huelga decirlo, la presencia de un horizonte socialista.
Necesitamos
un Rimbaud. Un Lenin, a esta altura, sería mucho pedir.
[1] “Pantalla
del Mundo Nuevo”. Riff; “Contenidos”. 1982.
[5] Se pueden parangonar las operaciones de sentido
que hacen moda en la espiritualidadlight que pregona el Occidente
urbano con las que realizan los jihadistas en relación con el Islam. De alguna
manera estos grupos, completamente minoritarios en la comunidad religiosa islámica,
“eligen su propia aventura” sirviéndose de una exégesis caprichosa y enfermiza
del texto sagrado. A su manera, hacen una utilización forzada de algunos de los
preceptos del Islam y, haciendo gala de un muy occidental utilitarismo, lanzan
a la barbarie miles de jóvenes de distintas latitudes. No deja de ser, a su
manera, una “espiritualidad a la carté”. No hay que olvidar que son
precisamente musulmanes la mayoría de las víctimas del terror salafista.
Principal pero no únicamente en Medio Oriente. Otro elemento que abona el
señalamiento es que en las actuales estrategias de reclutamiento a que echa
mano el grupo ISIS la profesión y práctica de los preceptos islámicos dista de
ser un requisito: últimamente parece que alcanza con jurar lealtad en un video
subido a YouTube para ser admitido como combatiente. En adelante, ser lanzado a
la muerte para causar más muerte. Un hombre es un arma. Entonces es un medio
para un fin. De manera que poco importa, en última instancia, si observa los
principios religiosos en el nombre de los cuales presuntamente actúa.
[6] La
obra del polémico best-seller de origen francés Michel
Houellebecq hunde el dedo, precisamente, en esta llaga que desgarra el espíritu
de la Europa Occidental. El sopor nihilista del paisaje urbano, con su
frivolidad y su pasatismo, genera un síntoma que emerge lejano. Si bien asume la
forma del Otro amenazante, sus condiciones de existencia se
encuentran en las bases mismas del Occidente.
[7] “Final Product”. Nevermore, “This Godless Endeavor”.2005.
[8] Se
alude aquí a la novela 1984, de George Orwell; escrita en 1949.
(*) Politólogo e historiador, colaborador del CAEG.