Foucault
se pregunta si lo que los etnólogos han hecho con respecto a las sociedades –
esta tentativa para explicar los fenómenos negativos al mismo tiempo que
los positivos- , no se podría aplicar a la historia de las ideas ¿Cuáles son,
que no pueden ser recibidos, que son excluidos del sistema? En una sociedad
como la nuestra o en cualquier otra sociedad, la locura es lo que es excluido.
Se
pueden establecer relaciones entre la locura y la sociedad contemporánea de
tipo industrial, es decir, la sociedad europea del siglo XVII hasta nuestros
días.
Aproximadamente en la misma época, en Francia y en Inglaterra se produjo el
siguiente hecho: se liberaron los centros de internamiento donde se recluía a
ciertas personas que eran o enfermos mentales, o desocupados, o inválidos, o
ancianos.. Esta liberación de los grandes centros de internamiento se
sitúa en Francia e Inglaterra a finales del siglo XVIII. En Francia este
episodio tuvo lugar en 1792, en plena Revolución Francesa. El médico Pinel fue
destinado a uno de esos grandes centros donde se encerraba a este tipo de
gente. Declara que, de ahora en adelante, este lugar de encierro ya no
funcionará como una cárcel, será un hospital donde la gente será considerada
como enferma y donde los médicos tendrán por tarea cuidarles y sanarles.
Este
episodio tiene su semejante y equivalente en Inglaterra, más o menos por la
misma época. Se establecen, posprimera vez en Europa, hospitales
psiquiátricos en el sentido estricto del término. Es decir, centros destinados
a recoger personas reconocidas como enfermos mentales con el fin de curarlos.
Habitualmente se dice que antes que Tuke y Pinel, la enfermedad mental en
Europa no estaba reconocida como enfermedad, se trataba a los locos como
prisioneros, o criminales.
Bajo
este análisis se esconden prejuicios que habría que erradicar.
El
primer prejuicio antes de la Revolución o antes de finales del siglo XVII:
en Europa los locos sólo eran considerados como criminales. Es inexacto.
Pero el segundo prejuicio, mucho más grave, implica que alrededor de 1700,
la locura se habría liberado del viejo estatuto, que hasta entonces había sido
el suyo. Se habría tratado en las sociedades industriales desarrolladas como
una enfermedad.
En toda
sociedad existe un estatuto general del loco.
No existe
una sociedad sin reglas; no hay sociedad sin un sistema de coacciones, no
existe. Habrá siempre un determinado número de individuos que no obedecerán al
sistema de coacciones, ha de ser tal que los hombres tengan siempre cierta
tendencia a escapar de él. El loco va a presentarse en estos márgenes
necesarios, indispensables para las sociedades:
1. El sistema de exclusión en relación
con el trabajo, con la producción económica. En toda sociedad, hay siempre
individuos que no forman parte, ya sea porque son incapaces de ello. Por
ejemplo, en la mayoría de las sociedades los individuos encargados de funciones
religiosas no ocupan una posición definida en el ciclo de la producción.
2. Siempre hay individuos que resultan
marginales en relación a la familia. Existen célibes, ya sea porque quieren
serlo, ya sea porque están obligados a ella, por ejemplo, por su condición
religiosa.
3. En toda sociedad hay siempre un
sistema de exclusión que hace que la palabra de determinados individuos
no sea recibida de la misma manera que la palabra de cualquier otro. Lo que
dice un profeta en las sociedades judaicas o lo que dice un poeta en la mayor
parte de las sociedades no tiene la misma condición de lo que dice una persona
cualquiera.
4. Hay, finalmente, un último sistema de
exclusión: el que funciona en relación al juego. Hay siempre individuos que no
ocupan, en relación con el juego, la misma posición que los demás: están en una
situación particular ya sea porque son los árbitros del juego o, porque
son objetos o víctimas del mismo. Por ejemplo en un rito como el del chivo
expiatorio, alguien que, en cierto sentido, es parte del juego y que, sin
embargo, está excluido del mismo.
Hay siempre una categoría de individuos que están excluidos al mismo tiempo
de la producción, de la familia, del discurso y del juego. Dichos individuos
son los que en líneas generales llamamos “locos”.
Lo
mismo se podría decir con respecto a la familia. En este terreno,
Occidente
ha experimentado un evolución muy importante. Hasta finales del siglo XVIII
sólo la familia tenía el derecho de conseguir el internamiento de alguien. Si
no se trataba de una familia, el entorno inmediato tenía el derecho de
conseguir el internamiento de alguien.
La
situación cambia mucho en Occidente a partir del siglo XIX. Es necesario un
certificado médico, susceptible de ser confirmado o anulado por un
contrainforme. Determinar el internamiento, lo mismo que la liberación del
enfermo mental, y se obtiene con la autorización del poder civil.
Existe,
igualmente, un segundo gran signo al menos, que es la alteración de la
conducta sexual. La idea de que un homosexual pudiera ser, en cierto modo,
alguien emparentado con un enfermo mental, jamás había aflorado en la mente
europea. La idea de que una mujer ninfómana pudiera ser una enferma mental,
tampoco había sido nunca formulada en Occidente. Freud –dice Foucault-
respondió a “¿Cómo se reconoce un neurótico?” “Ser neurótico es muy sencillo:
es no poder trabajar y la incapacidad de hacer el amor”, Esto muestra que en
nuestras sociedades el loco se reconoce a partir de ese doble sistema de
exclusión que suponen las reglas del trabajo y de la reproducción social.
La
palabra del loco en la Edad Media gozaba de un estatus particular. En algunas
sociedades aristocráticas europeas existía el bufón. El bufón era aquel que
voluntaria o involuntariamente -es imposible saberlo-. Tenía
esencialmente como papel decir determinadas cosas que cualquier individuo que
ocupara un estatus normal en la sociedad o podía decir. El bufón era la
institucionalización de la palabra loca. Estaba loco o imitaba la locura de tal
manera que pudiera poner en circulación una palabra escuchada, pero también
desvalorizada, desarmada para que no tuviera los efectos habituales de la
palabra ordinaria. Se podría mostrar la importancia del loco en el tetro desde
la Edad Media hasta el Renacimiento. El loco ocupa en el teatro una posición
privilegiada: es el que de antemano dice la verdad, el que ve mejor que la
gente que no está loca, pero nunca es escuchado y sólo una vez acabada la obra
es cuando uno se percata retrospectivamente de que ha dicho la verdad. El loco
es la verdad irresponsable.
Después
de todo, la literatura en Europa, desde el siglo XIX, es una determinada clase
de discurso que ya no se destina a decir la verdad, ni a dar una lección de
moral, que ya no se destina a agradar a los que la consumen. La literatura es
una especie de discurso marginal que cuestiona los discursos ordinarios.
¿Hay un
sitio en el universo de nuestro discurso para los miles de páginas en las que
Thorin, lacayo casi analfabeto, y demente furioso, transcribió a fines
del siglo XVII, sus visiones furiosas y los ladridos de su terror?
A partir
del siglo XIX, la literatura en Europa, en cierto modo, se ha
desinstitucionalizado, se han liberado con respecto al estatus, se ha liberado
con respecto al estatus institucional que era el suyo y tiende a convertirse,
en sus formulaciones más elevadas, las únicas que podemos considerar como
válidas, en la palabra absolutamente anárquica, la palabra sin institución, la
palabra absolutamente marginal. La razón siempre ha estado fascinada por
la locura. Después de todo, Hölderlin puede ser considerado como el primer
ejemplo de la literatura moderna, pero de Hölderlin hasta Artaud, ha estado
fascinada por la locura. Se cita a Hölderlin y se podría citar a Blake,
Nietzsche, Artaud, ya antes Jerónimo Bosco pero asimismo a cuantos
voluntariamente en su experiencia literaria han imitado o intentado alcanzar la
locura, a todos los que se han drogado, por ejemplo, desde Edgar Allan Poe o
Baudelaire, hasta Michaux. La experiencia gemela de la locura y de la droga en
la literatura es probablemente del todo esencial, en cualquier caso es
característica de ese estatus marginal que la locura ha recibido y conservado
en la palabra en nuestra sociedad. El loco era aquel que se excluía también del
juego.
En las
sociedades europeas de la Edad Media, prácticamente todas las fiestas en las
que participaba el grupo social eran fiestas reglas. Sólo había una una que no
era religiosa: era una fiesta llamada la fiesta de loc. En el transcurso de
esta fiesta, la tradición quería, en primer término, que la gente se disfrazara
de tal manera que su estatus social resultara totalmente invertido.. Los ricos
se vestían como pobres, los pobres adoptaban las vestimentas de los ricos. Era
la inversión del estatus social, era igualmente la inversión de los sexos, los
hombres se vestían de mujeres y las mujeres se vestían de hombres. En esta
fiesta llamada “la fiesta de los locos”, la gente tenía derecho de desfilar
delante del palacio del burgomaestre, del palacio episcopal, del castillo del
señor e injuriarles, si hacía falta. Se introducía en el interior de la
iglesia a un asno y en el un momento comenzaba a rebuznar: Era la imitación
irrisoria de los cantos de iglesia, era la fiesta de la contrarreligión, era
algo así como los preludios de Lutero.. Esta fiesta no bendecida por la Iglesia
ni regulada por la religión, estaba considerada como la fiesta de la locura.
Era sentida como la locura que se ponía a reinar en la ciudad en lugar del
orden.
Cada vez
más la fiesta ha dejado de ser un fenómeno colectivo. Estas fiestas que
culminaban ya en el siglo XIX en la práctica de la embriaguez culminan ahora en
América y en Europa en la práctica de la droga. La embriaguez y la droga son,
en cierto modo, una forma de apelar a una locura artificial, a una locura
temporal y transitoria para estar de fiesta, pero una fiesta que necesariamente
tiene que ser una contrafiesta, una fiesta enteramente dirigida contra la
sociedad y su orden.
¿Qué ha
pasado en Occidente, en lo concerniente al loco, desde la Edad Media hasta
nuestros días? Parecería que su estatus general no se ha visto afectado. Sin
embargo, lo que caracteriza durante la Edad Media y el Renacimiento el estatus
del loco, es esencialmente la libertad de circulación y de existencia que se le
permite. Existían en el interior de las sociedades donde eran recibidos,
alimentados y hasta cierto puntos tolerados. Sólo si estaban demasiado
agitados o eran peligrosos se los encerraba provisoriamente en el límite de las
ciudades.
En torno
a los años 1620-1650 en Europa se fundan un determinado número de centros.
Dichos centros tienen como función encerrar no sólo a los locos, sino de una
manera más general a toda gente ociosa, sin oficio, sin recursos propios, y
que, de otro modo, estarían cargo de una familia incapaz de alimentarlos,
a los enfermos que no pueden trabajar, pero igualmente a los padres de familia
que dilapidan la fortuna familiar, a los hijos que derrochan la herencia, a los
libertinos, a las prostitutas. Así, aparece un internamiento económico. El loco
no es reconocido en su individualidad Pertenece a una familia más vasta que
obstaculiza la organización económica y social del capitalismo.
Además,
este internamiento no era médico. No se consideraba a estas personas como
enfermos sino como incapaces de integrarse a esta sociedad
Estos
centros, que no estaban sometidos a una regla médica, estaban, en cambio,
sometidos a la regla del trabajo obligatorio. Se los caracterizaba porque estaban
fuera del trabajo. Pero, una vez encerrados, estaban encerrados en el interior
de un nuevo sistema de trabajo.
Este
sistema de internamiento imperó en Europa desde mediados del siglo XVII hasta
fines del XVIII y principios del XIX. Los historiadores, que atribuyen tanta
importancia a la liberación de de los locos liberador por Pinel en 1792
devolvió a gente condenada por razones morales o incluso por su incapacidad
para trabajar, pero mantuvo dentro del hospital a los que debían ser considerados
mentales.
. Por un
lado, la exigencia del capitalismo va a ser la existencia , en el interior de
la sociedad, de una masa de individuos que estén desempleados y que van a
regir la política salarial de los empresarios. Por otro lado, se va a
restablecer un sistema de hospitalización encargado de curar para
resituar en el mercado de trabajo, dentro del ciclo de la desocupación y del
trabajo, a los individuos de lo que se espera que sólo de una manera temporal
no puedan trabajar, es decir, para volverlo a introducirán el circuito del
trabajo obligatorio. Este mismo sistema ha hecho nacer, paralelamente, o más
bien, frente al enfermo mental, una figura que hasta entonces no había existido
nunca, el psiquiatra .Existían médicos que se interesaban por fenómenos
próximos a la locura, por los desórdenes del lenguaje, por los desórdenes de la
conducta, pero jamás se había tenido la idea de que la locura. Fuera una
enfermedad tan especial como para merecer un estudio singular y ocupar la
atención de un especialista como el psiquiatra. ES así, como se crea la nueva
categoría social del psiquiatra.
Sobre
esta vieja exclusión etnológica del loco, el capitalismo ha formado criterios
nuevos, ha exigido exigencias nuevas: por ello el loco ha adoptado en nuestras
sociedades el rostro del enfermo mental .El enfermo mental no es la verdad
descubierta del fenómeno de la locura, es un avatar capitalista en la historia
etnológica de loco.
En medio
del apacible mundo de la enfermedad mental en el que el hombre moderno ya no
recomunica con el loco; está, por otra parte, el hombre loco no se comunica con
el otro. No hay lenguaje común. El lenguaje de la psiquiatría, que es un
monólogo de la razón sobre la locura, sólo h[1]a podido establecerse
sobre un silencio como éste. Fredéric Gros dice que la distancia exigida por la
objetividad científica del psiquiatra es la, o que esta distancia es la que
permite la enunciación de verdades positivas.[2] Para Foucault, no
se trata de denunciar las ciencias humanas como engañosas sino captar una
configuración: el se descubre como objetividad natural a través de los
actos”…monstruosos, irrazonados y vergonzosos de la locura”[3]
Según Foucault, son los que tienen el poder quiénes definen lo que es normal y
lo que no lo es.
Cualquier sociedad puede definir la locura
de tal manera que ciertas personas caigan en esa categoría y sean aisladas.
Pero el poder no sólo determina la normalidad y la locura, sino también el
conocimiento.
Muchas veces se ha dicho que el conocimiento produce poder; pero Foucault
le da vuelta a la mesa y afirma que de la misma manera el poder produce
“conocimiento”.
De modo que los que tienen el poder son los que determinan lo que es
normal, lo que es justo y lo que es verdad.
Según Foucault, éstos no son conceptos
preexistentes que nosotros debemos descubrir, sino más bien algo que nosotros
producimos y que los poderosos definen para mantener el control. Así ocurre en
las instituciones se preocupan por situaciones que no hacen a otro objetivo
confeso de su existencia. . En los hospitales psiquiátricos se prohíbe la
actividad sexual. Se trata de “controlar, formar, valorizar según un
determinado según un determinado sistema el cuerpo del individuo”; reconvierte
en algo “…ha de ser formado, reformado, corregido, en un cuerpo que debe
adquirir aptitudes, recibir, recibir ciertas cualidades, calificarse como
cuerpo capaz de trabajar”
Consecuentemente, los que afirman conocer
algo como verdadero El ejercicio de la vigilancia permite la constitución de
saberes sobre aquellos que se vigilan, conocimientos que originan determinadas
ciencias como la psiquiatría.
Se cuenta la historia de tres umpires que
estaban discutiendo entre sí sobre si un lanzamiento había sido “bola” o “strike”.
El primero dijo muy confiadamente: “Yo digo las cosas como son”.
El segundo dijo: “Yo digo las cosas como las veo”. A lo que el tercero
replicó: “Los lanzamientos no son ni bola ni strike hasta que
yo lo decida”.
Esa es la postura de la postmodernidad.
Como bien señala Os Guinnes: “El primer árbitro representa el punto de vista
tradicional acerca de la verdad: algo objetivo, independiente de la mente del
conocedor y que hay que descubrir.
El segundo árbitro representa el
relativismo moderado: la verdad ‘tal como la ve cada uno’, según su opinión y
forma de interpretarla.
Y el tercer árbitro representa claramente
al relativista radical o la postura postmodernista: la ‘verdad’ no es algo que
existe y que hay que descubrir; cada uno de nosotros debe crearla para sí
mismo”.
En el mundo postmoderno solo se acepta como verdad el hecho de que no hay
verdad.[4]
Por
supuesto, nadie puede ser coherente con esta visión absurda de la vida.
Bibliografía:
Castro, Edgardo, Locura (Folie,Deraison), en Vocabulario de Michel
Foucault, www.philo.com.ar
Foucault, M. Conferencia pronunciada en la Universidad de Artes Liberales,
Tokio, 1970.
Foucault, M. Historia de la locura en la época clásica,.
2º edición, FCE, 1976
Gros Fredéric- Foucault y la locura, 1º edición, Buenos Aires,
Ediciones Nueva Visión, 2000
Foucault, M. La verdad y las formas jurídicas, Gedisa,
Barcelona, 1991
[1] Foucault,
Michel, La verdad y las formas jurídicas, Ed. Gedisa, Barcelona,
1991, p.133.
[2] Gros,
Fréderic Foucault y la locura, 1º edición, Buenos Aires,
Ediciones Nueva Visión, 2000, p.7.
[3] Michel
Foucault, Historia de la locura en la época clásica, 2º edición,
Tomo II, FCE, p.264